
En plena expansión de los discursos misóginos y los movimientos incel, el periodismo feminista enfrenta nuevos desafíos. Denunciar sin amplificar el odio, construir agendas alternativas y proteger a las profesionales que ejercen desde la perspectiva de género son algunos de ellos. El feminismo, al fin y al cabo, es un movimiento que busca mejorar la vida de la humanidad en su conjunto.
Vivimos un momento en que los discursos de odio contra las mujeres se multiplican en redes sociales, foros digitales y espacios políticos. El periodismo feminista se convierte así no solo en un ejercicio de información, sino en una herramienta de resistencia. Frente a la cultura de la violación y los mensajes misóginos, medios como El Salto Diario reivindican otro modo de contar las violencias machistas. Para ello, les dan su justo contexto, las ponen en comunidad y les contraponen nuevas narrativas. Informar sin reforzar el eco del odio, proteger a las periodistas y conquistar espacios de poder editorial son retos urgentes en este contexto.
La otra vertiente de este hacer periodístico es el de apuntar a la línea de flotación de los relatos tradicionales sobre las mujeres. “Las mujeres siguen siendo hoy catalogadas y exigidas a través de los códigos de belleza” señala Asunción Bernárdez, Catedrática en el Departamento de Periodismo y Nuevos Medios de la Universidad Complutense. Estas representaciones tradicionales conllevan un doble rasero: a la mujer que cumple con los estándares de belleza, se la penaliza en otras áreas. “El estereotipo de la rubia tonta, es la mujer que más cumple con los estereotipos de belleza, luego es catalogada como persona que no sirve para otro tipo de cosas”.
La subestimación y estereotipación de la mujer conlleva un menosprecio de su cualidad humana. En ese sentido, la hace más susceptible de sufrir violencia estructural. Narrarla adecuadamente es uno de los grandes retos y aportes del periodismo feminista.
Informar sobre violencias machistas en un contexto hostil
Patricia Reguero Ríos, coordinadora de feminismos en El Salto Diario, lo tiene claro: “las violencias machistas siempre han sido un tema estratégico para nosotras”. Desde la fundación del medio, El Salto apostó por incluir una figura especializada en estos temas, una tarea que Patricia ha asumido durante años y que ahora comparte con la periodista Sara Plaza.
Su mirada evidencia cómo ha evolucionado el tratamiento mediático de la violencia de género en los últimos años. “Creo que se ha abierto mucho el punto de vista desde cubrir sobre todo violencia de género en pareja a un foco más amplio”, explica Reguero. El caso de La Manada y el debate social y legal que derivó en la ley del solo sí es sí fueron claves en este cambio.
Sin embargo, El Salto ha puesto el acento en temas que todavía otros medios esquivan. Un claro ejemplo son las madres protectoras, mujeres que denuncian violencia vicaria contra sus hijos y que terminan siendo criminalizadas. “Aquí no han llegado otros medios. Hemos sido menos periodistas las que hemos pensado en este tema como un tema en el que poner un ojo”, apunta. Frente al relato dominante que las tacha de incumplidoras o secuestradoras, El Salto ha situado esta cuestión como violencia machista invisibilizada.
Cómo informar sin amplificar el odio
La llegada al poder de Donald Trump y el ascenso de la extrema derecha en Occidente supone un sustrato fértil donde proliferan los discursos antifeministas. Algunos de ellos, como los grupos incel o comunidades MGTOW (hombres que rechazan cualquier relación con mujeres), son especialmente activos en internet, sobre todo en los Estados Unidos. Estos hombres se victimizan a sí mismos, aludiendo a una supuesta nueva tiranía de las mujeres. No obstante, en el país norteamericano una de cada cinco mujeres será víctima de violencia sexual en algún punto de su vida. ¿Y los hombres? Uno de cada 71, lo más probable, a manos de otro hombre.
“Todo lo que está pasando está relacionado con un momento ultraconservador y con el uso de los grupos ultraconservadores de las redes sociales. También de una maquinaria ideológica que se pone en marcha utilizando el antigénero como uno de sus caballos de batalla, pero no el único” señala la profesora Bernárdez Rodal. Para ella, la reacción abarca diferentes ámbitos simultáneos e interrelacionados: “El tema del racismo, el tema de la emigración, el tema de la aporofobia, los temas de capacitación, es decir, de personas con discapacidad…”
El periodismo feminista se enfrenta así a un dilema: denunciar sin amplificar. Patricia Reguero reconoce la dificultad: “No lo sé. Me lleva a las reflexiones que hemos hecho en El Salto sobre qué hacemos con los disparates de la ultraderecha”.
Desde su experiencia, la respuesta pasa por no alimentar la lógica del escándalo, el titular fácil o el morbo. “La derecha y la extrema derecha viven a golpe de titular fácil y de susto”, sostiene. Por eso apuesta por huir de la alarma, pero no de la denuncia. Es decir, informar con responsabilidad, aportar contexto, explicar los fenómenos, pero evitando darles una visibilidad inmerecida que pueda reforzar esos discursos.
Patricia señala el ejemplo de su compañera Sara Babiker, que aborda cómo se socializan los adolescentes y cómo se filtran esos discursos misóginos en institutos. En lugar de enfocarse en las figuras polémicas de estos movimientos, se trata de explicar por qué esos mensajes calan y cómo afectan al tejido social.
Transformar la estructura para cambiar los relatos
El debate conecta con una cuestión de fondo: cómo está estructurado el periodismo y quién toma las decisiones sobre qué y cómo se cuenta. Patricia Reguero subraya el valor de figuras como las editoras de género y las corresponsalías feministas en medios convencionales. “Eso ha puesto un gran cambio, porque son figuras con poder de decisión dentro de las redacciones que tienen perspectiva de género”, afirma.
El verdadero reto es estructural. El Salto, como medio autogestionado, horizontal y asambleario, permite jerarquizar las noticias desde otros criterios. Un caso similar es el de Píkara Magazine, fundada por cuatro periodistas vascas y con una estructura muy horizontal. Para Reguero, esa estructura es clave para priorizar temas que no entran en la agenda mediática hegemónica. “Yo creo fuertemente en eso, pero también pienso que hay medios mainstream que están haciendo cosas muy interesantes desde otras estructuras”. Por ejemplo, un medio de trayectoria consolidada y estructura decimonónica como El País, tiene una corresponsal de Género, Isabel Valdés.
A este cambio se suma la especialización feminista de muchas periodistas, un capital profesional cada vez más reconocido, aunque no siempre valorado. “Ya nos podemos denominar periodistas feministas y eso se reconoce como un conocimiento especializado. No todo el mundo, obviamente, pero cada vez más”.
Más allá de los medios de comunicación, en la sociedad y redes sociales campa a sus anchas una ideología ultraliberal que tiene un fondo de fascismo, en el sentido en que no cree en la democracia. No cree en el fondo que todo el mundo seamos iguales. Ni que tengamos los mismos derechos por el hecho de nacer ni derecho a una vida digna. “Necesitaríamos como un empuje de unión muy general para luchar contra esta mentalidad ultraliberal, que nos vuelve un poco, yo diría que inermes, frente a lo que está pasando” apunta la catedrática.
El feminismo es bueno para todos
Los ideales de masculinidad que triunfan en redes sociales y entre los varones jóvenes son “esos modelos de hombres perfectos, todo el día haciendo gimnasia, que ganan dinero a través de la red, que consiguen relacionarse con muchísimas mujeres” señala Bernárdez. “La realidad de muchísimos varones no es esa. Entonces, ojalá pudiéramos enseñar que el feminismo también tiene un discurso positivo para estos varones”. “La masculinidad dominante no les va a solucionar los problemas de soledad y de aislamiento, por muchos cursos que hagan y a gimnasios que vayan”.
Frente a esta competitividad extrema, “El feminismo tiene soluciones, ¿por qué? Porque se basan, en el fondo, no en la competición, sino en la cooperación entre las personas. Y la cooperación entre las personas ya nos va a dar claves de igualdad y claves para unirnos a los demás, a las demás, y eso nos va a dar más felicidad social. Porque al fin y al cabo yo creo que la justicia social es lo que proporciona felicidad social” sentencia Asunción Bernárdez. “En esto pienso un poco como Stuart Mill o Harriet Taylor Mill en el siglo XIX (…) La justicia social es la única manera de crear sociedades más felices. Y esto es el sentido del feminismo, no solamente es algo que mejore la vida de las mujeres, sino que va a mejorar en último extremo la vida de toda la humanidad”.
En El feminismo es para todo el mundo, bell hooks afirma que «La política feminista pretende acabar con la dominación para que podamos ser libres para ser quienes somos, para vivir vidas en las que abracemos la justicia, en las que podamos vivir en paz». También serán vidas más felices. Existe una correlación comprobada entre mayor igualdad y menos violencia, así como otra correlación entre violencia de género e insatisfacción e infelicidad, esta última especialmente en los hombres. Lo esboza el sociólogo experto en masculinidad Jeff Hearn en esta entrevista para elPeriódico.
El coste de ejercer periodismo feminista
Ejercer periodismo feminista no es inocuo. En un clima polarizado y agresivo, las periodistas enfrentan ataques, desprecio y acoso digital. Patricia Reguero lo ha vivido. “Comentarios de desprecio sí he recibido, sobre todo en Twitter”, cuenta. La situación se volvió especialmente dura durante la cobertura del caso de Infancia Libre, vinculado a madres protectoras. “Me llamaron secuestradora, me decían que amparaba delincuentes. Hubo varios mensajes que me hicieron sentir muy vulnerable”, recuerda.
Desde entonces, decidió abandonar Twitter. “Era un sitio que defender, pero ahora se me hace muy agresivo”, confiesa. Aunque reconoce que su experiencia no se puede comparar con los ataques que han sufrido comunicadoras como Cristina Fallarás o Irantzu Varela, sí defiende la necesidad de medir fuerzas, protegerse y desconectar. “A veces hay que ponerse un candado, dejar unos días las redes si hace falta”.
Es lo que hizo la conocida periodista, escritora y realizadora española Marina Amores en la red social X (antes Twitter). Ponerse el candado y poner un primer filtro a su contenido y a sus mensajes. Resulta especialmente relevante su documental, Mujeres+Videojuegos, en el que recopila testimonios y experiencias de uno de los sectores del entretenimiento más masculinizados, el de los videojuegos. El acoso y la violencia recibida llegó a cotas realmente dolorosas en 2014, cuando se produjo el Gamergate, una campaña de acoso y hostigamiento masivo a mujeres de la industria de los videojuegos, como Zoë Quinn y Brianna Wu.
Periodismo feminista: imprescindible en tiempos de odio
El auge de los discursos misóginos y los movimientos antifeministas no es anecdótico: es un síntoma de una reacción social contra los avances en igualdad. En este contexto, el periodismo comprometido con la igualdad de género cumple una doble función. Por una parte, denunciar las violencias, y por otra desmontar los relatos que las sostienen.
“¿Qué podemos hacer desde el feminismo?” se pregunta Asunción Bernárdez, “Podemos trabajar en las aulas, en los proyectos culturales, en las redes sociales, con arte, con cultura, con intervenciones. Eso se está haciendo, pero tenemos que trabajar de una manera mucho más global (…) Creo que no solamente lo tiene que hacer el feminismo, sino que lo tenemos que hacer desde todos los ámbitos. Desde las luchas ecosociales, desde las luchas de barrio, las luchas por la seguridad social. En unión con todos los grupos que están luchando por mantener un sistema de igualdad y que están luchando, en el fondo, por la democracia.”
Como recuerda Patricia Reguero, esta labor no solo depende de convicciones personales, sino de estructuras que lo hagan posible. En los medios, esto pasa por contar con redacciones sensibles al género, especialización, autonomía editorial y alianzas profesionales. Un periodismo feminista que, además de informar, construya una agenda contrahegemónica y comunitaria.
Los medios que apuestan por ello —desde los alternativos como El Salto hasta las secciones feministas de medios tradicionales— son hoy más necesarios que nunca. Porque en tiempos de odio y negacionismo de la violencia de género, callar o normalizar no es una opción.
Etiquetas Comunicación y Género, desigualdad de género, discurso de odio, feminismo