Era una soleada mañana de martes. Me estaba preparando para ir a trabajar al Washington Post, mi madre había llegado a mi apartamento para pasar unas vacaciones. Estábamos viendo “Maury”, un programa al estilo de Jeremy Kyle, cuando las cadenas comenzaron a retransmitir en vivo y vimos el segundo avión estrellarse contra las Torres Gemelas.
Le grité a mi madre que no saliera del apartamento, tomé un taxi hasta el Post y llegué cuando una mujer corría por la oficina, gritando que algo se había estrellado contra el Pentágono. Es extraño recordar esto ahora, pero durante las siguientes tres horas no tuvimos idea de cuántos aviones seguían en el cielo, sin saber si se trataba del estallido de una guerra mundial o dónde estaba el presidente de los EE.UU.
El día después del ataque
Al amanecer del 12 de septiembre, Nueva York estaba inquietantemente silenciosa, con solo taxis y patrullas policiales en las calles. Pasé allí la mayor parte de un mes, viviendo en una habitación de hotel con un sola muda de ropa, escribiendo noticias y reportajes sobre personas que buscaban a desaparecidos, las familias musulmanas temían tener que abandonar sus hogares y las víctimas británicas los ataques.
Veinte años después, puedo cerrar los ojos y todavía recuerdo vívamente esas escenas. Curiosamente, lo que más me afectó no fue la Zona Cero, sino los carteles ondulantes «¿Has visto…?» en todos los buzones; la oficina de correos general de Manhattan, donde montones de cartas de amor, cheques, facturas e invitaciones se amontonaban desde el suelo hasta el techo, antes de llevar el sello “Devolver
«Devolver al remitente; no reclamado”; y la unidad de quemados del Hospital Presbiteriano de Nueva
York, donde Parssar Nandan me dijo que fue uno de los afortunados, incluso cuando su cuerpo temblaba sin control y sus ojos enrojecidos miraban fijamente desde un rostro lleno de cicatrices. Fue una de las víctimas olvidadas del 11 de septiembre (11/9), que ni murió ni salió ileso.
Al igual que los servicios de emergencia, los periodistas suelen ser una de las primeras personas en la escena de un desastre y están expuestos a imágenes y sonidos que la mayoría de las personas no verán. Tradicionalmente, ha habido una opinión periodística de que se aguanta esta parte del trabajo; no es de extrañar que el consumo de alcohol de los corresponsales de guerra sea más alto de lo normal. Pero en los últimos años, la cultura ha comenzado a cambiar y ha habido más interés en el efecto que tiene la cobertura del trauma en los periodistas.
Informes de primera línea y salud mental
Lo que pasó con los periodistas después del 11/9 no está claro. Un estudio sobre periodistas que trabajan en primera línea, incluidos los que cubrieron los ataques terroristas, encontró que los síntomas del trastorno por estrés postraumático (PTSD) eran leves, aunque esto variaba de un grupo a otro. Pero otros investigadores encontraron que los periodistas que cubren eventos traumáticos sufren niveles más altos de PTSD. Muchos también han cuestionado si los periodistas, particularmente en el pasado, se han mostrado reacios a admitir cualquier efecto. Los psicólogos que hablaron con diferentes grupos después del 11/9 encontraron que los periodistas eran los menos dispuestos a hablar sobre sus sentimientos y que el estigma y la vergüenza de reconocer el estrés emocional eran mayores en los reporteros que en los encargados del servicio de emergencias, como la policía o los bomberos.
Como periodista británico que informa para un periódico estadounidense, ciertamente me sentí estresado por cubrir el 11/9. No había resultado herido en los ataques. A diferencia de mis colegas del Post, Nueva York y Washington no eran las ciudades en las que crecí ni las comunidades de las que formaba parte. ¿De qué tenía que quejarme?
Me sentí afortunado y fue un privilegio haber sido elegido y pertenecer al equipo del Post que cubría la historia más importante de una generación. Aunque los periodistas no salven vidas como los socorristas, absorben el estrés porque sienten que su trabajo tiene un valor social intrínseco al dar testimonio, decir la verdad y dar un sentido de la historia.
Sin embargo, los periodistas deben admitir que cubrir historias puede pasar factura. Mi madre se quedó sola en Washington durante dos semanas; una ironía que no se me escapa mientras escribía sobre familias separadas en Nueva York. Mi compañero, un trabajador humanitario, había regresado a Gran Bretaña el 7 de septiembre tras pasar un verano en Afganistán. Pasaron meses antes de que él y yo pudiéramos siquiera empezar a hablar del 11/9. Se sentía intensamente protector de la gente corriente con la que había vivido todo el verano. Me apasioné en defender a los estadounidenses con los que estaba trabajando.
Apoyo para traumatismos
Durante los veinte años transcurridos, desde que yo y tantos otros periodistas quedamos atrapados en el 11/9, los enfoques han cambiado. Anthony Feinstein, profesor de Psicología, después de investigar en la literatura médica y psicológica, ideó observó la salud mental de los reporteros de guerra y no pudo encontrar un solo artículo dedicado al tema. Ahora, sin embargo, este es un tema ampliamente cubierto, y hay excelentes organizaciones que tiene como objetivo concienciar del impacto que la cobertura de los eventos traumáticos puede tener en los periodistas: el Dart Center (Centro de recursos para periodistas que cubren eventos de conflicto y violencia); la nueva Red de Titulares, que planea realizar talleres para periodistas; y la Caja de Herramientas para Periodistas de la Sociedad de Periodistas Profesionales.
Las empresas periodísticas han comenzado a tomarse en serio, no solo a quienes se encuentran en el terreno con chalecos antibalas sino también a quienes pueden estar expuestos a traumas indirectos, a través de la gran cantidad de contenido generado por los usuarios sin filtrar, que llega a las salas de redacción y muestra violencia, muerte, agresiones; que uno de mis entrevistados para mi doctorado denominó “el cambio de Starbucks y Siria”.
¿Y yo? Dos décadas después, todavía pienso tuve la suerte de ser testigo del evento del 9/11. No sufrí PTSD como resultado, pero es cierto que cambió mi carrera. Después, me trasladé a la academia para investigar cómo los periodistas cubren los desastres; incluso no fui consciente de que fue mi experiencia durante el 11/9 la que me inspiró esto posteriormente. Estoy seguro de decirles a mis estudiantes de periodismo cómo salvaguardar su salud mental. No he visto ningún documental del aniversario del 11 de septiembre, pues esas imágenes ya están grabadas en mi mente.
Artículo original: https://en.ejo.ch/specialist-journalism/covering-9-11-20-years-on-i-can-still-vividly-recall-those-scenes
Título del autor: “Covering 9/11: 20 years on I can still vividly recall those scenes”.
Autora del texto original: Glenda Cooper.
Nombre de la traductora: Nuria Fernández Muriel.
Fecha de la traducción: 10 de febrero de 2022.
Etiquetas 9/11, Ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, Periodismo y salud mental, Reportaje en primera línea, Terrorismo, The Washington Post