La oportunidad de Europa para luchar contra la desinformación en colaboración con el “soft power”

18 mayo 2018 • Economía de los medios, Nuevos medios, Política mediática • by

Traducción: Anielka Marrero y Sara Tadeo

Durante los últimos años, el proceso político y la cohesión social de diversos países han sido amenazados por diferentes maneras de desinformación, en ocasiones engañosas e inadecuadamente denominadas “fake news”. Políticamente motivada y con ánimo de lucro se culpa a la desinformación, entre otras cosas, por la decisión del Reino Unido de votar a favor del abandono de la UE y la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.

La desinformación adopta diferentes formas y es conducida por varios factores. En ocasiones, los estados extranjeros tratan de subvertir los procesos políticos de otros países. La gente tiende a publicar falsedades y producir información disfrazada como noticia con fines de lucro. Los políticos nacionales mienten a su propia gente- y con frecuencia estas mentiras se amplifican hasta los medios de comunicación, a través de los activistas hiper-partidistas, o es expandido y amplificado por vía de las redes sociales y otras plataformas.

Estos problemas se consideran muy graves, por lo que muchos han pedido a las autoridades públicas que los aborden. La pregunta es, ¿cómo hacerlo?, si solo una pequeña parte de lo que encontramos online es claramente demostrable, y se convierte en algo tan simple como indicar si es verdadero o falso. Gran parte de la ciudadanía considera que las noticias falsas son simplemente formas del periodismo pobre o el debate político partidista. En algunas sociedades, donde discrepamos en cuestiones relevantes, es complejo definir si la información es clara y objetiva. Como resultado, las respuestas del gobierno son difíciles de apuntar de forma precisa.

A pesar de ello, algunos están logrando la regulación del contenido, intentando prohibir las noticias falsas. Otros contenidos son propios de tareas policiales – o incluso del ejército y los servicios de seguridad – con el fin de luchar contra la desinformación. Estas son las respuestas del poder de primera línea, basadas en la capacidad de mando del estado, y su autoridad para actuar de forma directa. En ocasiones, también son respuestas problemáticas, especialmente cuando el objetivo no está claro.

La regulación de los contenidos de este material que- aunque quizás sea un tanto problemático y molesto-  es a menudo una parte de la política de debate, con golpes de censura y en contradicción con la libertad de expresión. Solicitando al poder ejecutivo para que la policía acepte un discurso que supone una tensión directa hacia los ciudadanos, con el derecho fundamental de recibir e impartir información y opiniones sin la intervención de las autoridades públicas. Las compañías tecnológicas demandan la intromisión de la policía en sus plataformas sin haber definido claramente cómo han supuesto haberlo realizado – y qué ciudadanos han podido recurrir a ello- y es que simplemente se ha privatizado el problema.

Muchas de estas respuestas, están en el riesgo de que puede llegar a ser peor la cura que la enfermedad.

 

Poder: de primera línea y “soft power”

 

Afortunadamente, la alternativa a la respuesta de los altos poderes es no ejecutar ninguna acción, incluso en los EEUU, pocas personas creen que sólo el mercado podrá acabar con el problema. Claramente debemos actuar para proteger a nuestras sociedades liberales, con ambientes permisivos y con pluralidad en los medios de comunicación, contra aquellos que quieran abusar y debilitarlos. La alternativa para acabar con las respuestas del poder de primera línea es un nuevo enfoque de “soft power”.

 

El término de “soft power” fue acuñado por el estudioso de relaciones internacionales, Joseph N.Nye, para capturar a las clases de poder que tienen como objetivo apuntar a la creación de una situación donde una gama de actores diferentes coopera en el tratamiento de un problema, a menudo dado por la acción multilateral. Esto está en detrimento con las viejas formas del poder de los altos poderes, que son aplicadas de forma más directa, y a menudo de manera unilateral.

En asuntos exteriores, el “soft power” construye una coalición con el fin de que Irán deje de desarrollar armas nucleares. Aburrido y complejo, sí, pero hasta ahora acertado. El poder principal es la invasión de Irak. Esto se vuelve más dramático e inmediatamente grato para aquellos que realmente creen que “hay que hacer algo”. Pero el daño circunstancial es mucho más alto, y el éxito no es más certero.

El poder de primera instancia fuerza a actores a hacer (o a dejar de hacer) cosas específicas. El “soft power” los recompensa para lograr una colaboración constructiva. Como Nye ha indicado, en un mundo más complejo caracterizado por la interdependencia cada vez mayor, el “soft power” es cada vez más central en relación a cómo nos acercamos a los problemas más importantes de nuestro tiempo: el cambio climático, la migración, la proliferación nuclear.

Actualmente, Europa tiene la posibilidad de mostrar que el “soft power” también proporciona una respuesta eficaz a la desinformación. Tratando de definir -y prohibir- «la desinformación», esta alternativa sería problemática. Un enfoque más apropiado es el que presenta la Comisión Europea y los Estados miembros de la UE, que pretenden animar y apoyar la colaboración entre las diferentes partes interesadas que son desafiadas por los problemas que genera la desinformación. Esto debería comenzar desde un compromiso conjunto que apoye la libertad de expresión y el derecho de recibir y compartir diferentes informaciones y puntos de vista.

 

Avanzando en conjunto

Si las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, los investigadores y las compañías tecnológicas trabajaran en conjunto, se podría incrementar la lucha contra la desinformación al volcarse en los medios y el dominio de la información, aumentando el suministro de información fiable, para dar cuenta de las amenazas, limitando así la difusión de información dañina online, y ayudar a la gente a encontrar información de calidad.

Mientras tanto, el papel de los gobiernos y las instituciones como las Comisión Europea en cuanto al “soft power” el enfoque debe ser alentar y apoyar la colaboración que contrarreste la desinformación e incremente la resistencia – al no tratar de emplear el poder de primera línea para reprimir una mala definición y tal vez crear un problema innecesario.

Como muchas otras estrategias de “soft power”, esto suena difícil y no genera tantos titulares como las acciones unilaterales del compromiso del Congreso de la UE, que han promovido combatir la propaganda rusa o a aquellas autoridades públicas que hacen su propia comprobación de hechos,  con un presupuesto de 120 millones de dólares.

El “soft power” se acerca a la desinformación para criticar que todas las partes interesadas de las empresas trabajan juntas, y que el enfoque de las autoridades públicas gira en torno a recompensar tal colaboración. Esto es precisamente el tipo de acercamiento que el informe de EC ha publicado sobre las denominadas desinformaciones.

Si esto falla, las respuestas más severas serán las únicas posibles. Pero esperemos que no sea así.

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