Donald Trump se ha ido. Pero del trumpismo quedará más de lo que nos gustaría y los medios de comunicación tendrán que asumir hasta qué punto su labor ha contribuido a que la influencia del expresidente perdure más allá de su mandato. ¿Y la cultura de fans?
Echemos un vistazo a las cifras. Setenta y cuatro millones de estadounidenses votaron a Donald Trump y hasta que su Twitter fue bloqueado, había más de 80 millones de usuarios ávidos de sus historias sin filtro -dirigidas directamente de la boca del caballo-. Entre esos usuarios se encuentran, cabe suponer, miles de periodistas y personas influyentes que sirven de altavoces de Trump.
¿Realidad o Ficción?
Trump atacó e insultó directamente a la prensa, en 2.520 tuits durante su mandato, según el US Press Freedom Tracker. Los verificadores de hechos del Washington Post contaron 30.534 declaraciones falsas o engañosas durante su presidencia, es decir, 21 por día.
Hay que decir que, desde el primer día, el recuento del The Washington Post fue molesto. Sus verificadores de hechos no distinguieron entre declaraciones “falsas” y “engañosas”, agrupando ambas categorías, presumiblemente como una forma de evitar el “agua caliente” de tratar de diferenciar entre las dos.
Los medios de comunicación que voluntariamente han difundido las tonterías de Trump son tan culpables de toda la atención que ha recibido como sus propios partidarios. Peter Laufer, profesor de Periodismo en la Universidad de Oregón, ha señalado la escandalosa presentación de mentiras y burdas distensiones como noticias por parte de Fox News, como el “ejemplo de este abuso”. Escribía sobre la felicidad con la que la cadena ha aprovechado internet -con la ayuda de Trump- para esparcir su veneno por todas partes.
Como hemos aprendido, la economía de la atención funciona según el principio de quien logra la mayor resonancia mediática gana más puntos, independientemente de sus métodos. Trump maximiza su atención en Twitter, Fox News y los medios populistas de derecha -los sospechosos habituales de los que dependía para difundir su mensaje-. Pero también obtuvo la máxima atención de las publicaciones que tendían a denominarlo, como la CNN, The New York Times y el The Washington Post.
Estos medios pudieron aprovechar esta atención para maximizar sus índices de audiencia, clics y suscripciones. Y lo hicieron con la ayuda de Trump, permitiéndole dominar los titulares hasta el punto de que otros temas más importantes quedaron fuera de la agenda informativa.
El éxito comercial, sin embargo, no cuenta para todo. Los constantes ataques de Trump a los medios de comunicación tuvieron el efecto de marginar a los medios que le desafiaron. Esto se debe a que los nuevos clientes de pago esperaban, aparentemente, que los editores «mostraran algo de actitud» al defenderse de los ataques de Trump. Estos esfuerzos por defenderse tuvieron un efecto corrosivo en su imparcialidad periodística, según muchos observadores preocupados. Podría decirse de The New York Times, una publicación que durante mucho tiempo ha prometido informar «sin miedo, ni favor» y estrictamente sobre la base de una investigación exhaustiva e incorruptible.
Entender el trumpismo en dos palabras clave
Dos palabras clave pueden ayudarnos a entender el trumpismo en sus facetas. Ambas tienen mucho que ver con el poder de los medios de comunicación, un factor que los periodistas prefieren dejar fuera de sus propios análisis sobre la actualidad, porque les incomoda reconocer lo que los investigadores saben desde hace décadas: que los medios ejercen una influencia considerable.
La primera palabra clave es tribalismo, un fenómeno que está causando estragos y que recientemente, ha alimentado una considerable producción de libros en el mundo anglosajón.
Amy Chua, profesora de Derecho en la Universidad de Yale, fue una de las primeras en poner de manifiesto la fatal consecuencia del arraigo del tribalismo en los medios de comunicación, poniendo como ejemplo a Estados Unidos. Señala que es especialmente peligroso cuando no sólo determina las percepciones y reacciones, sino que también influye en lo que se ofrece como hechos básicos.
Según Chua, en Schweizer Monat (Swiss Monthly), se ha vuelto “en muchos casos casi imposible” determinar estos hechos cuando “los medios de comunicación están tan afectados por la polarización política. “En otras palabras, la pertenencia a uno u otro bando determina que los hechos o los “hechos alternativos” puedan tener validez.
La segunda palabra clave fue introducida por Vinzenz Hediger, crítico de cine de la Universidad de Frankfurt. Es decir, “cultura de los fans”. Hediger ve a Trump como una figura mediática que atrae la lealtad de los admiradores, lo que le hace inmune a la discrepancia entre su imagen y su trayectoria. Así que en lugar de recurrir a la sabiduría convencional de la ciencia política, Hediger sugiere interpretar a Trump como un engendro de la cultura de fans.
Los fans existen, señala Hediger, “en el deporte, en la música, en el teatro y en el ámbito del cine y la televisión”. Los seguidores de Trump deben ser entendidos “no principalmente como votantes convencionales que calculan racionalmente. Sus propios intereses como el programa político de un político”, sino como seguidores entusiastas “que se relacionan con él como si fuera una estrella”.
Las estrellas tropiezan de vez en cuando, y parte de ser un fanático consiste en mantenerse devoto incluso en los momentos más oscuros. En cualquier caso, Trump, con su desprecio por las reglas de la decencia, «se parece más a una estrella de rock que destroza su habitación de hotel que a un político convencional».
Hediger se pregunta: «¿Fue él el desencadenante, o la turba actuó en última instancia por iniciativa propia?». De este modo, el asalto al Capitolio adopta la forma de una «experiencia comunitaria eufórica», en la que personas que, de otro modo, no se conocerían quedan unidas por una «aventura compartida» y «el vínculo que les une a su ídolo».
El veredicto final sobre cómo evaluar la presidencia de Trump y, en última instancia, si pasará a la historia del mundo como un barón de la mentira o como un mal perdedor, es una cuestión que es mejor dejar a los historiadores.
Sí podemos estar seguros de que -por mucho que el arrogante Trump proteste – no será recordado como el mayor líder de todos los tiempos. Teniendo en cuenta el gran volumen de falsedades pronunciadas, en el mejor de los casos, podría reclamar el título de mayor mentiroso de todos los tiempos, un galardón que podría hacerle merecedor de una entrada en el Libro Guinness de los Récords.
Como ha demostrado la historia, los movimientos fascistas no pueden funcionar sin un culto al líder. El ascenso de Hitler y Mussolini habrían sido impensables sin el tribalismo, la cultura de fans y la amplificación mediática. En última instancia, la popularidad se genera a través de la atención, un principio básico de cómo los medios de comunicación influyen en las masas, que los expertos en relaciones públicas y los propagandistas han entendido durante décadas.
Aquí en Alemania, como señala Thorsten Quandt, de la Universidad de Münster, Trump ha llegado a desplazar a Angela Merkel de su primer puesto en las menciones de los medios alemanes en Facebook.
Incluso en tiempos de coronavirus, Trump mantuvo una posición indiscutible como número dos en la cobertura de noticias, siendo sólo superado por el propio virus, generando clics independientemente de si se le presentaba como un faro de luz o como un villano insustituible.
Autor del texto: Stephan Russ-Mohl
Texto original: https://en.ejo.ch/media-politics/fan-culture-and-tribalism-in-the-media
Traducción realizada por: Dácil Medina Arrufat
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