Decía Borges que Alejandro de Macedonia ponía todas las noches bajo la almohada, su puñal y la Ilíada. De la misma manera, el periodista actual, debería intentar dormir todas las noches sin necesidad de más ansiolítico que su honestidad profesional, con la oreja pegada al rumor de la noticia, y alejado todo posible de ese tipo de periodismo nacido del dogma, de cuyo ejercicio tan sólo se puede esperar una falsificación sistemática de cualquier normativa deontológica. Parafraseando a Nikita Jrushchov podríamos decir que un auténtico periodista debiera serlo incluso cuando duerme.
De hecho, hay algunos viejos principios fundacionales, verdades casi axiomáticas, que cualquier periodista que se precie debería tener presentes a lo largo de toda su vida: primero, que el poder miente siempre; en segundo lugar, el carácter divino de la lealtad y, por último, que jamás debe confundirse opinión con información. El periodismo es una vocación hecha profesión, no un estado de ánimo. El periodismo no es memoria, es el latido del corazón de cada día. El periodismo bucea en el mar de lo factual, en la voracidad de lo inexplicable, pero no en la aluminosis del alma; para eso está la psiquiatría.
Pero, la realidad del periodismo actual español no esa. Cada día el periodismo se hace más líquido y comienza a parecerse a un lugar tóxico donde pisar callos al poder no está de moda. Y es en este magma de conflictos entre la ética, la estética, la patria, el mercado, los intereses empresariales propios o ajenos, en la justificación de todo lo anterior, donde nace el periodismo de trinchera.
Si la música es vanidad, decían los calvinistas de la época de John Dowland, todavía es más vanidoso y ciego – si ello cupiera- este tipo de periodismo. Por ello, dice Juan Cruz, muchos periodistas desayunan egos revueltos para luego volver a los vicios y decepciones de siempre. El tertulianismo haciéndose pasar por solvencia.
Lo mismo que el vaso largo en las discotecas, normalmente, es el brazo armado del garrafón, en el periodismo de trinchera, una mentira no es sino la verdad desde otro punto de vista. Y la realidad tan sólo un hombre de negocios. Cuando el mercado de la verdad se derrumba aparece, en el terreno de la filología aplicada, el colmado de la metáfora: una nueva ingeniería del pensamiento donde cualquier cosa inferior a un exceso es insuficiente. Porque la koiné del periodismo de trinchera es el exceso. Y el YO heráldico. No deja de ser llamativo que el protagonista principal de este tipo de periodismo suela ser un hombre. Cristina Peri Rossi, la última ganadora del Premio Cervantes, decía que cuando una mujer se siente frustrada, llora; cuando un hombre se siente frustrado, descarga violencia. De todo tipo.
En la resaca bajista de cualquier código deontológico, aparece el periodista de trinchera. Schmock llaman en alemán al periodista carente de principios. Una mezcla de totalitarismo, demagogia y doctrinarismo, servidos como un cocido de tres vuelcos. Naturaleza muerta, muchos de ellos con complejo de Dios y pretendiendo pasar por sabiduría la estulticia. Con un infierno personal a cuestas y un yo de alquiler, suelen pertenecer a la brillante escuela del monólogo, esa escuela que, como los sofistas, no busca la verdad sino coartadas. Delimitados por una ortopedia gestual y el maltrato de la realidad, a fuerza de odiar van olvidando el significado de algunas palabras, principalmente de las más hermosas.
Ni el futuro es lo que era, ni el periodismo tampoco. El periodismo de trinchera es una industria de gladiadores donde las viejas fronteras entre opinión e información han sufrido tal cura de adelgazamiento que parece han pasado una temporada en la Buchinger de la polarización, conviviendo con el share y el altar del Moloch de la indignación. Un periodismo testicular, próximo a la fisiología del mal gusto, cuya pedagogía es la repetición continua de un mantra y que convierte todo aquello que toca, todo aquello que pudiera contener algo de dignidad, en carne picada. Periodistas ganados para el marketing de entresijos en medio de esa respetabilidad social de la vileza de la que hablaba Enric Juliana. Otros lo llaman costumbrismo.
Hablar de periodismo de trinchera es hablar de la fonética del insulto y de la mentira hecha rutina; es decir: de un periodismo sin verdad. De un periodismo de matemáticas, de puro cálculo, porque aquí, en España, lo que habitualmente excita la creatividad de estos propagandistas del sectarismo trabajado, de la izquierda y de la derecha, es la contabilidad sentimental del pasado y la monitorización del presente. Y ya se sabe que el pasado es una emoción lenta, capaz de inventar el futuro y que atrae a todo tipo de curiosos, principalmente a los meridionales. Decía Francesc Pujols, guía espiritual de Dalí, como principio general, que “los meridionales son legendarios, los nórdicos hipotéticos”.
Y es la uniformización del pasado, unida al prestigio político de la desorientación, lo que hace tan peligroso este tipo de periodismo que convierte al periodista de trinchera en un fiscal ideológico que no sabe qué hacer con la verdad, ni aunque se la encuentre, porque no sabría distinguirla. Ni tampoco a la realidad. Y la realidad, decía Philip K. Dick, es aquello que no desaparece, aunque dejes de creer en ella. Aunque, desafortunadamente, para todos aquellos periodistas que comparten con Freud la idea de que la verdad tiene siempre estructura de ficción, a la hora de la realidad, La Verdad tan sólo es un periódico de Murcia.
En medio de todo este maremágnum, desgraciadamente, están los ciudadanos que no pueden distinguir, como decía Sandino Núñez, la diferencia entre un afásico incapaz de poner sus respuestas en el orden de la pertinencia lógica y alguien provisto de una gran astucia pragmática capaz de anticipar y habitar el nivel del otro, aun cuando ese nivel suponga una contradicción insalvable con lo razonable más elemental. Llegados a este punto tan sólo queda invocar los versos finales del soneto de George Meredith Modern love: more brain, O Lord, more brain (dame Señor, más inteligencia).
Notas: 1.- Breve diccionario para tiempos estúpidos. Sandino Núñez / 2.- Modern love. George Meredith / 3.- Schmock: nombre de uso común para designar al periodista carente de principios, tomado de la comedia de Gustav Freytag Die Journalisten.
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