La conceptualización de los problemas sociales se produce siempre en un contexto social e histórico que lo permite. Lamentablemente, en ocasiones, es un evento dramático el que desencadena la reacción social. El feminismo, dice la filósofa Celia Amorós, es el ‘pepito grillo’ de la democracia. Por eso, cuando hablamos de feminismo hacemos referencia a la máxima de la igualdad: ninguna organización social que se funde en la supremacía de un grupo sobre otro es justa.
En las últimas semanas, se ha gestado un debate en torno a lo oportuno de informar sobre la violencia contra las mujeres en televisiones generalistas. El feminismo es teoría y acción política. Empieza en la toma de conciencia y lo único que nos debe importar es tener el afán de llegar a todas las mujeres que sea posible, independientemente de su condición y situación. Las mujeres somos la mitad de la humanidad y debemos darnos las herramientas para reconocer de dónde venimos, quiénes somos y qué nos pasa.
Décadas de lucha feminista
Hasta los años 60 del siglo XX, la violencia contra las mujeres pertenecía al ámbito de lo privado. El patriarcado se ha esforzado arduamente en relegarnos al mismo, pero también en señalar que lo que sucedía dentro del hogar no se podía politizar. Dicho de otra forma: lo que sucedía a las mujeres en los hogares no tenía una legítima contestación porque se trataba de un problema personal, no social.
Las anécdotas sostenidas en el tiempo son fenómenos. Hay que conceptualizar para politizar, dice Celia Amorós. Es así como Carol Hanisch acuña en la tercera ola que ‘Lo personal es político’ (1969). Las autoras de los años 70 señalan una cuestión fundamental: la educación o socialización diferencial que vertebra nuestro ‘yo’ deviene de un sistema: el patriarcado.
La feminista Kate Millett apunta que existe política en toda relación de poder, no solo en la esfera pública. Esto es un hito histórico porque desde la Ilustración se había reparado, casi de manera exclusiva, en la igualdad formal. Las feministas radicales, que no lo son por ‘extremistas’ sino por ir a la raíz, el patriarcado, señalan así el espacio privado y la violencia contra las mujeres.
Estas feministas definen el patriarcado como la jerarquización sexual; la dominación masculina sobre las mujeres por el hecho de serlo. La filósofa Amelia Valcárcel define el patriarcado como un sistema de poder. Se reproduce a través de la violencia y del mundo de lo simbólico construido sobre los estereotipos y mitos, donde juegan un papel central los medios de comunicación.
Rocío, contar la verdad
El 22 de marzo de 2021, Telecinco emitía, en horario de máxima audiencia, el documental Rocío, contar la verdad para seguir viva. Rocío Carrasco narra el maltrato físico y psicológico de su expareja y también el empeño de este de alejarla de sus hijos con el objetivo de hacerla sufrir: “Yo tengo a mis hijos muertos en vida”, relata. Este fue el inicio de la exposición mediática del concepto violencia vicaria.
La violencia vicaria es un concepto acuñado por la psicóloga clínica Sonia Vaccaro. Está incluido en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género del año 2017. Se trata del tipo de violencia que ejercen los maltratadores sobre las mujeres y la infancia con el objetivo de hacer sufrir a sus parejas. Convierten así a sus hijos en víctimas directas de la violencia machista.
En lo que va de 2021, se ha asesinado a 20 mujeres y a dos menores por violencia machista. Desde el año 2013, han sido asesinados por sus padres 41 menores. Los relatos personales sobre la injusticia de género tienen una fuerza incontestable: son detonantes. Estas historias emitidas en televisiones generalistas, con audiencias masivas, dan una nueva oportunidad a mujeres, de condiciones muy dispares, que no tienen las herramientas para poner nombre a su situación, o que sienten que están solas. Este es el origen de la toma de conciencia. El relato de Rocío Carrasco provoca que el mes de marzo de 2021 cierre con un aumento del 61% de llamadas al 061, número de atención a la mujer maltratada, con respecto a febrero.
Los estereotipos construyen los relatos. Es así como denunciamos la violencia e inconscientemente la legitimamos. Normalmente, los estereotipos se articulan sobre el sentido común; sobre los discursos debajo de la alfombra de ‘lo que es la sociedad’. Hace un mes un varón secuestraba a sus dos hijas en la isla de Tenerife. El 10 de junio aparecía el cuerpo de una de ellas, confirmándose que su padre la había asesinado. Horas después el movimiento feminista salía a las calles en repulsa por el incremento de los asesinatos machistas; visibilizando específicamente el concepto violencia vicaria.
La violencia vicaria
La mayor parte de la población española desconocía, hasta hace unos días, el concepto violencia vicaria. El caso de Olivia y Anna ha sido el detonante de la toma de conciencia. Así lo demuestra la búsqueda realizada en Google Trends, una plataforma que mide el impacto de un concepto en la web. Descubrimos que una de las palabras relacionadas con ‘violencia vicaria’ es ‘vicario significado’. El desconocimiento de la ciudadanía en torno a la violencia contra las mujeres y la infancia da la oportunidad al feminismo de hacer pedagogía; la presencia de feministas en medios de comunicación es una verdadera oportunidad para todas las mujeres.
Los medios de comunicación deben evitar incurrir en la violencia mediática y simbólica. Esta cuestión es central porque sus discursos también construyen la realidad de las mujeres. Con el objetivo de analizar cómo se ha informado la población sobre la violencia vicaria, hemos empleado una aplicación de monitorización social, Brand 24, filtrando el concepto desde el 14 de mayo hasta el 13 de junio de 2021. Los datos muestran que el impacto de ‘violencia vicaria’ se produce sobre todo en redes sociales. Esto nos lleva a una conclusión: donde hay una oportunidad puede surgir un problema. Las redes democratizan la información, pero no el conocimiento. Existe la posibilidad de que las influencers socialicen a los más jóvenes sobre discursos acientíficos. La violencia de género no es una opinión, es un hecho.
La violencia de género debe explicarse, necesariamente, con perspectiva feminista. Por poner un ejemplo, el relato del infanticida de Anna y Olivia no se puede construir sobre un discurso basado en la premisa: “la ruptura provocó un profundo odio en Tomás”. Si construimos el relato desde la idea de que los maltratadores se vuelven como tal porque sus parejas deciden romper la relación, lo que provocamos es que las mujeres en la misma situación no se separen de ellos por miedo a un mal mayor. Eso es violencia mediática y perpetúa y legitima la violencia contra las mujeres.
Por otra parte, según la búsqueda en la plataforma de monitorización Brand 24, los hashtags más populares sobre el tema, con connotación política, han sido #violenciamachista y #cadenaperpetua. El resultado nos habla de la polarización política y social en redes, materializada en el discurso de la derecha radical, que entiende que la sencilla forma de poner fin al maltrato y a la violencia contra las mujeres e infancia es agravar las penas.
En este sentido, la periodista Ana Bernal Triviño escribe en Público sobre la relación acientífica de la violencia doméstica con la violencia de género, un mensaje propio de Vox, que incorpora al discurso el concepto ‘violencia intrafamiliar’. La violencia doméstica es resultado de la convivencia en los hogares, y es excepcional. Sin embargo, la violencia de género es estructural y sistémica: se sustenta en la percepción de los varones de que las mujeres les pertenecen. No se reduce a la esfera privada; se produce sobre las mujeres, independientemente del contexto, por el hecho de serlo.
La violencia contra las mujeres debe ser una cuestión de Estado. En un artículo de El País del primer informe nacional sobre el homicidio en España, se concluye que los varones constituyen el 89% de los homicidas en nuestro país. Conceptualizar fenómenos estructurales implica reparar en los datos y escuchar a quienes los estudian. De lo que hablamos es de la vida de las mujeres y de la infancia. Como apunta el psicólogo José Luis González: esto es ciencia, no política.
Etiquetas Comunicación y Género, patriarcado, Violencia machista