Año 1960. Estados Unidos. John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon hacen historia al protagonizar el primer debate electoral televisado. Treinta y tres años más tarde, ese formato aterrizaba en España con Felipe González, candidato a la Presidencia del Gobierno del Partido Socialista Obrero Español, y José María Aznar, del Partido Popular. Es en el año 1993 cuando, por primera vez, los dos candidatos del bipartidismo se enfrentaron dialécticamente entre sí para exponer sus puntos de vista y sus programas electorales en un plató de televisión y con la atención de millones de espectadores. La institucionalidad les acompañó en todo momento, aunque con ligeros toques de hostilidad. Tras varios debates entre otros candidatos durante los años posteriores, en 2015, coincidiendo con el fin del bipartidismo, el formato experimenta un cambio sustancial. Ahora, y después de cuatro años de experiencia, es conveniente mostrar las principales diferencias para saber si la comunicación política sigue adecuándose a los tiempos.
El debate: un formato dúctil según las necesidades
Existe un claro punto de inflexión en el formato de los debates electorales. Hasta el año 2015, tan solo eran dos los candidatos a la Presidencia del Gobierno que gozaban de un espacio televisivo para poder intercambiar opiniones. De hecho, los seis debates celebrados hasta esa fecha siguieron la misma estructura: un “cara a cara” donde los políticos aparecían sentados en posiciones enfrentadas ante una amplia mesa, con un único moderador siempre en el medio, cuyo papel se basaba solamente en introducir los diferentes aspectos de discusión. El guion se caracterizaba por no presentar flexibilidad: los bloques temáticos eran extremadamente amplios y el tiempo de cada candidato estaba bajo un control estricto que no permitía la distribución por el propio político. Las interrupciones entre los candidatos apenas existían y los artilugios -tan característicos de algún que otro político en la actualidad – no formaban parte del debate.
Con el último “cara a cara” en el 2015, se da paso –en ese mismo año– a los debates de más de dos candidatos con una posibilidad real de gobernar. La irrupción de las nuevas formaciones como Podemos o Ciudadanos puso punto final a los “cara a cara” del bipartidismo. En ese momento, la agilidad de la escenografía se hizo ver: los políticos –con atril o sin él– permanecen de pie en un plató circular que cuenta, en la otra parte del hemisferio, con los moderadores –por primera vez, más de uno–. Pero no solo la distribución física se vio alterada. El papel de los presentadores también se modificó: en ocasiones, actuaban como periodistas, dirigiéndose a los candidatos con preguntas genéricas y, dependiendo del organizador del debate, individualizadas. Los bloques temáticos se caracterizaron por ser más concretos y el reparto del tiempo se acercó a la flexibilidad, dejando al político la libertad del reparto.
Los moderadores y los organizadores del debate: dos maneras de enfocar un mismo formato
De los once debates electorales celebrados en España, tan solo tres no contaron con la organización de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión y del Audiovisual, una institución independiente encargada de agrupar a todas las cadenas de televisión. Fue el grupo Atresmedia el que, en el 2015, se encargó del primer debate a cuatro entre los candidatos a la Presidencia del Gobierno, rompiendo así la hegemonía organizativa de la Academia. Introdujo los cambios citados anteriormente y marcó un antes y un después porque, a partir de ese momento, todos los debates celebrados seguirían una estructura similar.
Este año, el 2019, cuenta con una peculiaridad: la repetición electoral. El 28 de abril y el 10 de noviembre se celebraron Elecciones Generales y, con ellas, los debates electorales. RTVE y Atresmedia se encargaron de los dos primeros, los del 22 y 23 de abril, respectivamente. Se trataba de la segunda vez que la Academia de Televisión no organizaba la cita entre candidatos. Los moderadores de ambas cadenas se acogieron a su rol de periodistas, realizándoles preguntas directas y personalizadas a los candidatos e, incluso, recordándoles “que pueden educadamente faltarse al respeto”. Los candidatos podían interrumpirse siempre que lo desearan y el tiempo del que disponía cada uno era ligeramente flexible. Disponían de un atril justo delante de ellos, tan necesario para los ya conocidos artilugios que muestran los candidatos con el fin de ilustrar situaciones, aunque un tanto inoportuno si se quiere analizar con exactitud la proxémica y la kinésica del candidato. No exentos de polémica, es con el debate del 4-N cuando la Academia recupera la organización del formato. Ayudó que algunos partidos pidiesen “neutralidad”, es decir, que dependiese de un ente completamente ajeno a un grupo de comunicación. En un primer momento, el debate volvería a sus orígenes de guion: no existirían preguntas personalizadas y los moderadores se ceñirían a su papel más institucional. Tras el revuelo y las acusaciones de silenciar la labor de los periodistas, la Academia decide dar marcha atrás y promete “equilibrar la indudable condición periodística del debate y la neutralidad informativa”, permitiendo preguntas “abiertas”, aunque evitando la individualización para evitar el “sesgo”. El resultado: un debate que se aleja de los monólogos vistos antaño, pero que no es tan incisivo con los candidatos. Puede entenderse como un equilibrio entre la información y la amenidad, respetando el verdadero significado del debate.
Audiencias y resaca electoral
De media, los debates electorales suelen contar con 9 millones de espectadores, algo que solo consiguen los eventos deportivos. El debate de RTVE del 22-A consiguió 8,9 y un 43,8% de share. El de Atresmedia, el 23-A, 9,4 millones y un 48,8%. Sin embargo, el organizado por la Academia de Televisión el 10-N se situó en los 8,6 millones y un 52,7% de share. Esto provocó que no entrase en el Top 10 de los debates más visto. Por ello, cabe preguntarse qué es lo que busca la audiencia: ¿intercambio de opiniones entre los candidatos a la presidencia del Gobierno o cierto entretenimiento que se distancie del mero campo de la información?
No obstante, lo que no para de crecer, por lo menos en popularidad, son los “memes” generados a raíz del debate y las noticias relacionadas con la verificación de datos aportados por los candidatos, conocidas como fact-checks. Por consiguiente, se puede deducir que el uso de las redes sociales y las nuevas formas de analizar los debates originan un nuevo espacio de discusión: el debate a debate.
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